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Antes de convertirse en uno de los más grandes poetas en lengua inglesa, Percy Bysshe Shelley (1792-1822) probó suerte con un género que lo apasionaba: la novela gótica. En 1811, cuando todavía era un estudiante en Oxford, publicó St. Irvyne o el Rosacruz, una obra que seguía con absoluta fidelidad las modas literarias de la época, al tiempo que esbozaba muchas de las preocupaciones que caracterizan su posterior carrera como poeta y ensayista. Una novela que permanecía inédita en nuestro idioma y que descubre al lector una nueva faceta de su autor, la de escritor de literatura de consumo. St. Irvyne tiene como protagonista a Wolfstein, un héroe romántico de turbulento pasado y agitado presente, soberbio, impetuoso y audaz. Convertido por accidente en miembro de una peligrosa banda de salteadores, se enamora de la hermosa rehén Megalena de Metastasio y concibe un arriesgado plan para liberarla. Pero eso será sólo el principio de un periplo que lo llevará por toda Europa, siempre perseguido por el misterioso Ginotti. Ambos personajes, llevados por su desmedida ambición y su sed de conocimiento, se verán envueltos en una macabra historia donde intervendrán secretas fuerzas sobrenaturales.
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St Irvyne o el Rosacruz de Percy Bysshe Shelley
-¡Qué locura! ¡Qué idea tan espantosa! -exclamó, en un repentino momento de lucidez-. ¿Sería merecedor de la celestial Megalena, si me arrugase ante el precio que tengo que pagar por gozar de su posesión?
Y esta idea borró cualquier otro sentimiento que albergase su corazón. Tras acallar las punzadas de su conciencia, una voluntad resuelta de asesinar se apoderó de él, y tomó la decisión de acabar con el hombre que le había dado asilo cuando se debatía en la locura por causa de los horrores de la pobreza y el abandono. Permaneció bajo la tormenta, maldijo la intervención de Ginotti, y se juró a sí mismo que ni el cielo ni el infierno serían capaces de apartar la copa de veneno de la boca del odiado Cavigni. Insaciable en sus deseos, sus ansias de libertad difícilmente podían tolerar las limitaciones que, para esta idea, representaba aquella gruta llena de bandidos. Anheló una vez más alcanzar el éxito; y suspiró por regresar a ese mundo del que sólo había disfrutado en una ocasión, y durante un muy corto período de tiempo, aunque lo suficientemente largo como para acabar con sus nacientes aspiraciones, así como para injertar en aquel tronco que, de otra manera, habría sido virtuoso, las fatales semillas del vicio.
Percy Bysshe Shelley
«Wolfstein, un ser marcado por la desgracia y la maldad, va de un lado a otro en busca de un lugar donde poder asentarse en paz. Conoce a Ginotti, un alquimista en busca del secreto de la inmortalidad
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