El tesoro del Lago de la Plata

Fragmento del libro

La balsa estaba todavía a unos cincuenta pasos del vapor. La pantera había estado buscando su presa nadando de un lado a otro siempre pegada al barco. En este momento vio la balsa y se dirigió hacia ella. La mujer miró para arriba hacia la cubierta, reconoció al que la había llamado y contestó con su voz de falsete:

-Good luck! (¡Qué suerte!) ¿Es usted, Tom? Me alegro mucho de encontrarle. ¿Qué clase de animal es éste?

-Una pantera negra que ha saltado por la borda. ¡Quítese de ahí! ¡Rápido, rápido!

-¡Oh, no! La Tía Droll no huye de nadie, ni de una pantera, ya sea negra, azul o verde. ¿Está permitido matar a este bicho?

-¡Naturalmente! Pero no creo que lo consiga. Pertenece a un domador, pero se ha vuelto salvaje otra vez. ¡Huya al otro lado del barco!

Parecía que a este personaje extravagante le resultaba divertido jugar a la gallina ciega con la pantera. Se puso a guiar el frágil remo con verdadera maestría y supo esquivar al animal con una destreza asombrosa. Al mismo tiempo gritaba con su voz de falsete:

-¡Eso lo arreglo yo enseguida, viejo Tom!

El hombre con aspecto de mujer recogió el remo y echó mano de la escopeta que tenía al lado. La balsa se acercó rápidamente a la pantera. El animal carnicero miró con los ojos muy abiertos al enemigo. Este levantó la escopeta, apuntó y disparó dos veces. Dejar la escopeta, coger el remo y retroceder con la balsa fue cuestión de un instante. La pantera había desaparecido. Un remolino indicaba el lugar de su agonía. Después, se la vio aparecer más abajo en la superficie, inmóvil y muerta. Volvió a moverse durante unos segundos y al final se hundió.