Tratado sobre los vampiros

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Título: Tratado sobre los vampiros Autor: Augustin Calmet Género: Espiritualidad

Sin el manual de vampirología del Padre Calmet, el secretario de Lord Byron, John william Polidori, no hubiera escrito nunca El vampiro, ni Sheridan Le Fanu su célebre Carmilla, ni a Bram Stoker se le hubiese pasado por la cabeza redactar los diarios y las epístolas que constituyen Drácula, la novela de miedo más famosa de las letras universales. Sin el tratado pionero de Dom Calmet los vampiros no poblarían nuestras más inquietantes pesadillas. Augustin Calmet nació en Mesnil-la-Horgne, cerca de Commercy, en 1672. Moriría en Paris (1757). Reputado biblista e historiador, abad del monasterio benedictino de Sénones, en Lorena, publicó en 1751 la versión definitiva de su Traité sur les apparitions des esprits et sur vampires oú les revenants de Hongrie, de Moravie, etc. El segundo y último tomo de la obra está integramente dedicado al vampirismo, un fenómeno que inicia aquí su viaje por la literatura fantástica europea.

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Portada del libro Tratado sobre los vampiros

Tratado sobre los vampiros de Augustin Calmet


Sinopsis

El "Tratado sobre los vampiros" es un libro escrito por Augustin Calmet, un sacerdote y erudito francés del siglo XVIII. La síntesis en español del libro es la siguiente:

El "Tratado sobre los vampiros" es un trabajo que busca explicar la creencia popular y la superstición en torno a los vampiros en Europa, especialmente en los siglos XVII y XVIII. Calmet, que era un sacerdote y un erudito de renombre, investiga la historia y la cultura de los vampiros a través de la literatura, la mitología y la religión.

En el libro, Calmet analiza la naturaleza de los vampiros, sus causas, sus características y sus modos de existencia. También explora la relación entre los vampiros y la religión, y cómo la creencia en estos seres malignos se ha extendido por todo el mundo.

Fragmento del libro


DESPUÉS DE HABER TRATADO


en una disertación particular el asunto de las apariciones de los ángeles, de los demonios y de las almas separadas del cuerpo


[1]


, la conexión de la materia me invita a hablar también de los revinientes, de los excomulgados que la tierra expulsa, según dicen, de su seno, de los vampiros de Hungría, de Silesia, de Bohemia, de Moravia y de Polonia, y de los brucolacos de Grecia. Referiré primero lo que de ellos se ha dicho y escrito; después sacaré algunas consecuencias, y alegaré las razones que se pueden dar a favor y en contra de su existencia y de su realidad.


Los revinientes de Hungría, o vampiros, que son el principal objeto de esta disertación, son unos hombres muertos desde hace un tiempo considerable, más o menos largo, que salen de sus tumbas y vienen a inquietar a los vivos, les chupan la sangre, se les aparecen, provocan estrépito en sus puertas y en sus casas, y, en fin, a menudo les causan la muerte. Se les da el nombre de vampiros o de upiros, que significa en eslavo, según dicen, sanguijuela. Uno no se libra de sus infestaciones más que desenterrándolos, cortándoles la cabeza, empalándolos, o quemándolos, o traspasándoles el corazón.


Se han propuesto varios sistemas para explicar el retorno y las apariciones de los vampiros. Algunos las han negado y rechazado como quiméricas, como un efecto de la prevención y de la ignorancia del pueblo de esos países en los que dicen que se aparecen.


Otros han creído que esas gentes no estaban realmente muertas, sino que habían sido enterradas vivas, y que volvían por sí mismas, naturalmente, y salían de sus tumbas.


Otros creen que esas gentes están realmente muertas del todo; pero que Dios, por un permiso o un mandato particular, les permite o les ordena regresar y volver a tomar por un tiempo su propio cuerpo; pues, cuando las desentierran, sus cuerpos están enteros, su sangre bermeja y fluida, y sus miembros flexibles y manejables.


Otros sostienen que es el demonio el que hace aparecer estos revinientes, y que hace por medio de ellos todo el mal que causan a los hombres y a los animales.


En el supuesto de que los vampiros resuciten verdaderamente, se puede formar al respecto una infinidad de dificultades. ¿Cómo se hace esta resurrección? ¿Se hace por las fuerzas del reviniente, por el retorno de su alma a su cuerpo? ¿Es un ángel o un demonio el que lo reanima? ¿Es por orden o permiso de Dios que resucita? Esta resurrección ¿es voluntaria de su parte y de su elección? ¿Es para mucho tiempo, como la de las personas a que Jesucristo ha vuelto a la vida, o la de las personas resucitadas por los profetas y por los apóstoles? ¿O es solamente momentánea y por pocos días o por pocas horas, como la resurrección que S. Estanislao operó en el señor que le había vendido un campo, o aquella de que se habla en la vida de S. Macario y de S. Espiridión, que hicieron hablar a unos muertos simplemente para que diesen testimonio de la verdad, y después los dejaron dormir en paz, a la espera del día del juicio final?


Desde el comienzo pongo por principio indubitable que la resurrección de un muerto verdaderamente muerto es efecto de la sola potencia de Dios. Ningún hombre puede ni resucitarse, ni devolver la vida a otro hombre, sin un visible milagro.


Jesucristo ha resucitado, como lo había prometido: lo ha hecho por su propia virtud; lo ha hecho con circunstancias completamente milagrosas. Si hubiese resucitado en seguida de que fue bajado de la cruz, habría podido creerse que no había muerto del todo, que quedaban todavía en él gérmenes de vida, que se hubiesen podido despertar, reanimándolo o dándole cordiales o cualquier cosa capaz de hacerle volver el espíritu.


Pero no resucita sino al tercer día. Por así decir, había sido muerto incluso después de su muerte, por la abertura que se le hizo en un costado con una lanza, que le atravesó hasta el corazón, y que le habría causado la muerte, si no hubiese estado para entonces fuera de poder recibirla.



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