Bhagavad-Gita

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Título: Bhagavad-Gita Autor: Anónimo Género: Espiritualidad

El Bhagavad-Gita o Canto del Bienaventurado forma parte del libro sexto del Mahabharata, la grandiosa epopeya épica hindú compuesta entre los siglos VI antes de J. C. y el II después de J. C. El texto, de una enorme riqueza ética y espiritual, recoge los diálogos entre Krishna —séptima encarnación divina de Vishnu— y su compañero y amigo el guerrero del clan de los Pandavas Arjuna, cuando este último revela a Krishna sus dudas y desfallecimientos antes de la batalla contra sus primos del clan Kaurava. La acción desinteresada, el cumplimiento del deber, el desapego, el conocimiento de la naturaleza divina e inmortal de cada ser humano, la necesidad de purificación de la mente, la importancia de tomar conciencia del mundo como algo irreal e ilusorio, son algunas de las enseñanzas que Krishna va desgranando en un diálogo de belleza, sabiduría y sublimidad incomparables. El Bhagavad-Gita es una de esas joyas de la literatura espiritual de todas las épocas, que llega al lector en una versión directa del sánscrito, ya clásica por su claridad y precisión.

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Portada del libro BhagavadGita

BhagavadGita de Anonimo


Sinopsis

La Bhagavad-Gita es una obra antigua y revered en la cultura hinduista, y su autor es considerado como anónimo. Sin embargo, existen varias teorías sobre su autoría y fecha de composición.

Según la tradición hinduista, la Bhagavad-Gita fue compuesta por el dios Krishna mismo, quien la enseñó a su discípulo Arjuna en el campo de batalla de Kurukshetra. Sin embargo, muchos eruditos creen que la obra fue compuesta por varios autores a lo largo del tiempo, y que su fecha de composición es desconocida.

En cuanto a su título en español, "Bhagavad-Gita" es la forma más común de referirse a esta obra en español. "Bhagavad" significa "dios" o "dios soberano", y "Gita" significa "canto" o "canción".

Fragmento del libro


Capítulo primero


El desfallecimiento de Arjuna


Dhrtarashtra dijo:


1. Sanjaya, ¿qué han hecho, reunidos y llenos de ardor guerrero, mi pueblo y los pandavas en Kurukshetra, en el lugar de la realización del dharma?


Sanjaya dijo:


2. El rey Duryodhana, después de haber visto el ejército pandava dispuesto para el combate, se aproximó a su maestro y le dijo:


3. Acharya, mira el poderoso ejército de los pandavas dispuesto por tu inteligente discípulo, el hijo de Drupada.


4-6. Contempla en este gran ejército a Yuyudhana, Virata y Drupada, el del gran carro; a Dhrshtaketu, Chekitana y a Kashi, el valeroso rey; a Purujit, a Kuntibhoja y a Shaiba, el más ilustre de los hombres; al esforzado Yudhamanyu y al victorioso Uttamaujas; al hijo de Subhadra y a los hijos de Draupadi, héroes de gran vigor. Todos ellos son héroes y arqueros certeros, que en el combate no desmerecen de Bhima y Arjuna.


7. Conoce, ¡oh tú, el mejor de los que han nacido dos veces!, los más valerosos de nuestro ejército, los jefes de mi ejército. Yo te los nombraré para que los conozcas.


8-9. Tú mismo, Bhishma, Karna y Kripa, siempre victoriosos guerreros; Ashvatthaman, Vikarna y Saumadatti, y también otros muchos héroes, me han hecho el don de sus vidas. Todos tienen armas y dardos y están muy versados en la guerra.


10. Muy numeroso es nuestro ejército, y Brishma su jefe; el suyo es pequeño y lo dirige Bhima.


11. Defended a Bhishma todos vosotros, que estáis en diversos lugares de la batalla.


12. El poderoso antepasado, el antecesor de los kurus, con gran alegría de Duryodhana, sopló en su cuerno y atronó el campo de batalla con un rugido de león.


13. Al instante los cuernos, los tambores y las trompetas lanzaron al aire su alegre sonido y se produjo un clamor gigantesco.


14. En este momento, Madhava y el hijo de Pandu, pie en su carro de blancos caballos, soplaron en sus cuernos divinos.


15-16. Hrshikesha sopló en su Panchajanya y Dhananjaya en su Devadatta; Vrikodara, autor de asombrosas hazañas, sopló en Paundra, su poderoso cuerno; el rey Yudhishthira, hijo de Kunti, sopló en Anantavijaya; Nakula y Sahadeva, Sugosha y Manipushpaka, los imitaron.


17-18. Kashya, el del gran arco; Shikhandin, el del gran carro; Dhrshtadyumma, Virata, Satyaki, nunca vencido; Drupada y los hijos de Draupadi, señor de la tierra, y Saubhadra, el de poderoso brazo, hicieron resonar las cuernos por todos los lugares.


19. Los hijos de Dhrtarashtra, al oír este horrísono clamor, que repercutía en el cielo y la tierra, sentían desgarrarse su corazón.


20. Entonces, el hijo de Pandu, cuyo emblema es un mono, al ver a los hijos de Dhrtarashtra dispuestos para el combate y al ver arrojar los primeros dardos, empuñó su arco y habló así a Hrshikesha, el señor de la tierra.


Arjuna dijo:


21-23. Achyuta, detén mi carro en medio de los dos ejércitos. Así contemplaré a esta ingente cantidad de hombres deseosos de lucha a los que tengo que enfrentarme. Así podré contemplar a los que están reunidos para combatir por los malvados hijos de Dhrtarashtra.


Sanjaya dijo:


24-25. Después que Gudakesha le habló así, Hrshikesha colocó el mejor de los carros en medio de los dos ejércitos, ante Bhishma, Drona y todos los reyes de la tierra, y dijo: Partha, contempla esta reunión de kurus.


26. Entonces Partha vio tíos y abuelos, maestros, sobrinos, hijos y nietos, amigos, suegros y hombres bondadosos en los dos ejércitos enemigos.


27. Kaunteya, lleno de profunda compasión al ver a todos estos familiares preparados para combatir, dijo estas palabras nacidas de su dolor y su tristeza.


Arjuna dijo:


28-29. Krishna, cuando veo a los míos preparados para la lucha, mis miembros desfallecen, mi boca se seca, tiembla mi cuerpo y se erizan mis cabellos; mi arco Gandiva escapa de mis manos y parece que el fuego se extiende por toda mi piel.


30. Keshava, no puedo sostenerme en pie y mis pensamientos son semejantes a un remolino; tengo funestos presagios.


31. Keshava, ¿con qué objeto mataría a los míos? No deseo la victoria, los reinos ni los placeres.


32-35. Govinda, ¿qué sentido puede tener para nosotros un reino, las alegrías e incluso la propia vida? Prestos para la lucha y dejando su vida y sus riquezas, están aquí aquellos para quienes ambicionamos reinos, alegrías y placeres; amos, padres, hijos, abuelos, tíos, suegros, nietos, cuñados y toda clase de parientes. De ningún modo podría matarles, ¡oh, Madhusudana!, y entonces ¿tendré que ser yo el que muera para de este modo reinar sobre los tres mundos, y menos aún sobre la tierra? ¿Qué alegrías podremos tener después de matar a los hijos de Dhrtarashtra?


36. Al matarles pecaremos, a pesar de ser ellos los agresores; y además, ¿es que acaso no nos está prohibido el matar a los hijos de Dhrtarashtra, parientes nuestros? ¿Cómo podría llegarnos la felicidad al matar a nuestra propia familia?


37-38. Aunque, ciegos por el deseo, no vean ellos que cometen un pecado al destruir su familia, no encuentren ningún crimen en enfrentarse a sus amigos, ¿no nos sería posible, guiados por la sabiduría, el retroceder ante un pecado de tal naturaleza, ya que para nosotros, ¡oh, Janardana!, la destrucción de nuestra familia es un mal?


39. Cuando la familia es destruida, se destruyen sus perennes tradiciones; cuando estas desaparecen, toda la familia se sitúa fuera de la ley.


40. Krishna, al dominar la injusticia, se pervierten las mujeres de la familia; al pervertirse las mujeres, ¡oh, Varshneya!, se origina la confusión de las castas.


41. Los destructores de la familia, incluso esta misma, son condenados al infierno por esta confusión, pues los antepasados mueren al ser privados del «pinda» y de las libaciones.


42. Es más, los destructores de la familia, por estos pecados que originan la confusión de las castas, destruyen las eternas leyes de la raza y la ley de la familia.


43. Y los hombres que tienen pervertidas sus costumbres familiares son condenados al infierno para toda la eternidad. Pues así se nos ha dicho, ¡oh, Janardana!


44. Nosotros, que deseamos exterminar a nuestros parientes por conseguir los placeres de la realeza, estamos abocados a un gran pecado.


45. Más me valdría que las armas de los hijos de Dhrtarashtra, estando ya desarmado y sin ofrecer resistencia, me mataran.


Sanjaya dijo:


46. Arjuna, después de haber pronunciado estas palabras en el mismo campo de combate, se desplomó sobre el asiento de su carro y dejó deslizar de sus manos el divino arco y el inagotable carcaj, desfallecido su espíritu por la pena.



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