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«Los buenos novelistas —escribió Oscar Wilde— son mucho más raros que los buenos hijos». Quizá sería lícito añadir que los buenos cuentistas son aún más raros que los buenos novelistas. Antes que El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde escribió los cuentos que componen El Príncipe Feliz y otros cuentos (1888) y los completó con los de Una casa de granadas (1892). Sorprende cómo un autor que prescindía de la moral en beneficio del arte pudo escribir estos cuentos sentimentales y con moraleja. En otras manos habría sido un material peligroso; en las suyas, los cuentos sentimentales se hacen conmovedores, y las fábulas morales se convierten en poemas líricos de insospechada belleza.Wilde dijo una vez que esta colección no fue planeada ni para los niños británicos ni para el público británico.
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Una casa de granadas de Oscar Wilde
Y pasó delante del obispo y subió las gradas del altar, y permaneció en pie ante la imagen de Cristo. Permaneció en pie ante la imagen de Cristo, y a su mano derecha y a su izquierda estaban los maravillosos vasos de oro, el cáliz con el vino dorado, y el frasco con los sagrados óleos. Se arrodilló ante la imagen de Cristo, y los grandes cirios ardían con un vivo resplandor junto al sagrario, cubierto de piedras preciosas, y el humo del incienso se enrollaba en finas volutas azules escalando la bóveda. Inclinó la cabeza en oración, y los sacerdotes con sus rígidas capas pluviales se retiraron sigilosamente del altar.
Y, de pronto, llegó desde la calle un tumulto feroz, y entraron los nobles con sus espadas desenvainadas y agitando sus penachos y blandiendo sus escudos de acero bruñido.
-¿,Dónde está el soñador? -gritaron-. ¿Dónde está el rey que se viste de mendigo, ese muchacho que acarrea la vergüenza a nuestro Estado? Le mataremos, ciertamente, pues es indigno de gobernar sobre nosotros.
Y el joven rey inclinó la cabeza de nuevo y oró, y cuando hubo concluido sus plegarias se alzó y, volviéndose, les miró con tristeza.
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