Dinamita cerebral

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Título: Dinamita cerebral Autor: AA. VV. Género: Filosófico

Publicado originalmente en 1913 con el título de "Dinamita Cerebral. Antología de los cuentos anarquistas más famosos". En la compilación, que va precedida de su prólogo original escrito por Juan Mir, se reunen los siguientes textos: 1. ¡Sin trabajo! (Émile Zola) 2. Los dos hacendados (Magdalena Vernet) 3. El culto de la verdad (A. Strindberg) 4. El nido de águila (Henrik Pontoppidan) 5. El hurto (Francisco Pi y Margall) 6. El Cuervo (Francisco Pi y Arsuaga) 7. Escrúpulos (Octavio Mirbeau) 8. El Ogro (Ricardo Mella) 9. El Central Consuelo (Ramiro de Maeztu) 10. La Prehistoria (J. Martínez Ruiz Azorín) 11. La Justicia (Carlos Malato) 12. ¿Será eterna la injusticia? (Anselmo Lorenzo) 13. La Justiciera (Bernard Lazare) 14. Coloquio con la vida (Máximo Gorki) 15. Un cuento de año nuevo (Anatole France) 16. In vino veritas (José Prat) 17. La casa vieja (F. Domela Nieuwenhuis) 18. El asunto Barbizette (Jacobo Constant) 19. Matrimonios (Julio Camba) 20. Jesucristo en Fornos (Julio Burell) 21. La Gloria Militar (Alfonso Kan)

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Portada del libro Dinamita cerebral

Dinamita cerebral, de AA. VV.


Sinopsis

El título "Dinamita cerebral" no existe en español, ya que no existe un libro con ese título escrito por AA. VV. (por "Autores Asignados" o "Autores Anónimos").

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Fragmento del libro


¡Sin trabajo!


Émile Zola


Por la mañana, cuando los obreros llegan al taller, encuéntranlo frío, como obscurecido con la tristeza que se desprende de una ruina. En el fondo de la sala principal, la máquina está silenciosa, con sus brazos delgados, sus ruedas inmóviles; y ella, cuyo soplo y movimiento animan habitualmente toda la casa, con los latidos de su corazón de gigante, incansable en la faena, agrega al conjunto una melancolía más.


El amo baja de su despacho y con aire de tristeza dice a sus obreros:


—Hijos míos, hoy no hay trabajo… Ya no vienen pedidos, de todas partes recibo contraórdenes, voy a quedarme con las existencias entre las manos. Este mes de Diciembre, con el cual contaba, este mes que otros años es de tanto trabajo, amenaza arruinar las casas más fuertes… Es preciso suspenderlo todo.


Y al ver que los obreros se miran unos a otros, con el espanto que les imbuye la idea de volver a casa, con el miedo del hambre que les amenaza para el día siguiente, añade en voz más baja:


—No soy egoísta, no, os lo juro… Mi situación es tan terrible, más terrible tal vez que la vuestra. En ocho días he perdido cincuenta mil pesetas. Hoy paro el trabajo para no ahondar más la sima; ni siquiera tengo los primeros cinco céntimos de la suma que necesito para mis vencimientos del 15…


Ya lo veis, os hablo como un amigo, nada os oculto. Tal vez mañana mismo vengan a embargarme. No es nuestra la culpa, ¡no es cierto! Hemos luchado hasta última hora. Hubiera querido ayudaros a pasar días de apuro; pero todo ha acabado, estoy hundido; no tengo ya ni un pedazo de pan para partirlo.


Después les tiende la mano. Los obreros se la estrechan silenciosamente. Y durante algunos minutos permanecen allí, mirando sus herramientas inútiles, con los puños cerrados. Otros días, desde el amanecer, las limas cantaban, los martillos marcaban el ritmo; y todo aquello parece que duerme ya en el polvo de la quiebra. Son veinte, son treinta familias que no tendrán qué comer la semana próxima.


Algunas mujeres que trabajan en la fábrica sienten las lágrimas humedecerles los ojos. Los hombres quieren aparecer más resueltos. Se hacen los valientes, diciendo que la gente no se muere de hambre en París. Luego, cuando el amo los deja y le ven alejarse, encorvado en ocho días, abrumado tal vez por un desastre de mayores proporciones que las confesadas por él, van saliendo uno por uno, ahogados por la angustia, con el corazón oprimido, como si salieran del cuarto de un muerto. El muerto es el trabajo, es la máquina grande que permanece muda y cuyo esqueleto se destaca siniestro en la sombra.



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