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Un martes por la noche, un grupo de importantes personajes se reúne en casa de la señorita Marple para contar crímenes no resueltos. Como se trata de una competición entre las personas que se cuentan los relatos, el grupo tiende a olvidar a su anciana anfitriona. Pero la precisión de la señorita Marple en la detección de los asesinos de cada historia atraerá la atención de todo el mundo… y deparará algunas sorpresas para el «Club de los Martes».
Srta. Marple y trece problemas, de Agatha Christie
Miró satisfecho a su alrededor. La habitación era antigua, con amplias vigas oscuras que cruzaban el techo, y estaba amueblada con muebles de buena calidad muy adecuados a ella. De ahí la mirada aprobadora de Raymond West. Era escritor de profesión y le gustaba que el ambiente fuera evocador. La casa de su tía Jane siempre le había parecido un marco muy adecuado para su personalidad. Miró a través de la habitación hacia donde se encontraba ella, sentada, muy tiesa, en un gran sillón de orejas. Miss Marple vestía un traje de brocado negro, de cuerpo muy ajustado en la cintura, con una pechera blanca de encaje holandés de Mechlin. Llevaba puestos mitones también de encaje negro y un gorrito de puntilla negra recogía sus sedosos cabellos blancos. Tejía algo blanco y suave, y sus claros ojos azules, amables y benevolentes, contemplaban con placer a su sobrino y los invitados de su sobrino. Se detuvieron primero en el propio Raymond, tan satisfecho de sí mismo. Luego en Joyce Lempriére, la artista, de espesos cabellos negros y extraños ojos verdosos, y en sir Henry Clithering, el gran hombre de mundo. Había otras dos personas más en la habitación: el doctor Pender, el anciano clérigo de la parroquia; y Mr. Petherick, abogado, un enjuto hombrecillo que usaba gafas, aunque miraba por encima y no a través de los cristales. Miss Marple dedicó un momento de atención a cada una de estas personas y luego volvió a su labor con una dulce sonrisa en los labios.
Mr. Petherick lanzó la tosecilla seca que precedía siempre sus comentarios.
-¿Qué es lo que has dicho, Raymond? ¿Misterios sin resolver? ¿Y a qué viene eso?
-A nada en concreto -replicó Joyce Lempriére-. A Raymond le gusta el sonido de esas palabras y decírselas a sí mismo.
Raymond West le dirigió una mirada de reproche que le hizo echar la cabeza hacia atrás y soltar una carcajada.
-Es un embustero, ¿verdad, miss Marple? -preguntó Joyce-. Estoy segura de que usted lo sabe.
Miss Marple sonrió amablemente, pero no respondió.
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