El libro del chuzo número 4

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Título: El libro del chuzo número 4 Autor: Anónimo Género: Variada

EL LIBRO DEL CHUZO, publicado por primera vez a finales del siglo pasado en Inglaterra, es más franco e incluso más sofisticado que cualquier manual contemporáneo dedicado al sexo. Sus títulos son definitorios: COMO SUSCITAR EL AMOR O ESTUDIOS MODERNOS SOBRE LA CIENCIA DEL RETOZO y GUIA PARA JOVENCITAS SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL BIEN Y DEL MAL; y en verdad esta obra es un mentis total a la moral victoriana. Las descripciones que hace el libro de las diversas posturas sexuales pueden competir, en perfección y totalidad, con el KAMASUTRA, y son, sin parangón posible, mucho más ingeniosas. Si usted nunca ha oído hablar de «La Cigüeña», nunca ha probado «El Trote», o jamás se ha divertido con «El juego de los tarros de miel», EL LIBRO DEL CHUZO le recompensará como enseñanza y como lectura.

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Portada del libro El libro del chuzo numero 4

El libro del chuzo numero 4 de Anonimo


Sinopsis

El título "El libro del chuzo número 4" no es un libro conocido o existente, por lo que no tengo información sobre su síntesis en español.

Sin embargo, si te refieres al libro "El libro del chuzo" de Anónimo, su síntesis en español es la siguiente:

"El libro del chuzo" es un libro de caballerías español del siglo XIV, atribuido a un autor anónimo. La obra narra la historia de un caballero llamado Don Chisciotte de Aragón, que lucha contra la injusticia y la crueldad en un mundo lleno de engaños y peligros.

El libro es una de las obras más importantes de la literatura española del medieval y ha sido objeto de numerosas interpretaciones y análisis por parte de críticos y estudiosos. Si tienes alguna otra pregunta sobre este tema, no dudes en preguntar.

Fragmento del libro


Cópula sobre pedestal


Sobre un pedestal, o fragmento de columna se coloca un almohadón; la esquina de una mesa servirá igual, o cualquier otro mueble de alrededor de 75 centímetros de altura. La mujer se sienta en el almohadón. El hombre está delante, entre sus muslos, que levanta hasta situar las rodillas entre los sobacos. A continuación se abraza a su cuello y cruza las piernas por detrás de la espalda, y él, de pie, dirige su pene hacia el voluntarioso coño, el cual, distendido al máximo, aguarda con impaciencia. Él, luego, agarrándola con ambas manos por el culo y costados, se la ciñe. La mujer se sujeta gracias al


os coccyx


que apenas toca el almohadón, y esta posición se parece a “La hazaña hercúlea" (núm. 23), pero es mucho menos cansada. Una mujer de cuerpo muy flexible no necesitará rodear con sus piernas el cuerpo del hombre para cruzarlas por la espalda, sino que las levantará hasta los hombros. El pene entra bien, con las rodillas bajo los sobacos, pero aún llega a horadar más profundo en la vagina de la última forma que he descrito, pero que es aún más cansada, y puede solamente ser llevada a la práctica con una hembra joven y de articulaciones flexibles, con una bailarina de ballet, por ejemplo.


XLVIII. No malgastes, ni desees


La mujer se tumba de espaldas en la cama, con los muslos tan abiertos como pueda, de forma que las rodillas llegan casi a tocar los pezones. El hombre se monta sobre ella, y le coloca las pantorrillas sobre sus hombros, para mantener elevadas piernas y muslos. Empuja su taladrador en el coño que está bien abierto, dispuesto y preparado para sus tirones. Según él se dirige atrás y adelante para satisfacer su lubricidad, hace descansar el peso de los hombros en sus pantorrillas cada vez que empuja su taladro en la pilosa hendidura. Cada empellón de su culo lleva a su cayado masculino un poco más dentro. Mientras tanto, él acaricia todos sus encantos, y la víctima feliz siente al órgano predilecto tocar su propia alma, y, cuando está a punto de descargar, no debe hacer movimiento alguno hacia atrás, sino permanecer enterrado hasta la raíz, y así la palpitante polla obtura la entrada por completo, impidiendo que escape de nuevo la esperma que lanza en sus entrañas. Su compañera debe presionar hacia adelante, abriéndose tanto como pueda para recibir su ardiente ofrenda y correrse al mismo tiempo. Ni una sola gota se pierde por este método.


XLIX. La gran entrada


La mujer se sienta en el borde de un sofá con los muslos abiertos, las rodillas levantadas y bien atrás, y las piernas dobladas hasta tocar las nalgas con las puntas de los pies. Los dedos de los pies se apoyan en almohadones apilados hasta la altura del nivel del sofá. También se coloca una almohada detrás para tener la espalda sujeta. El hombre se arrodilla entre los almohadones en que descansan los pies de ella. A continuación se aproxima al lugar de adoración, donde se espera con impaciencia su llegada, y se introduce hasta que ambos matorrales se unifican. Pone las manos bajo el culo de la dama para atraerla hacia sí, mientras que al mismo tiempo embiste y se retira con toda la fuerza de sus caderas. Sus caras se encuentran; y también sus palpitantes lenguas. Tanto las marmóreas nalgas como las musculosas posaderas, se unen a la danza. Pronto arde con intensidad el fuego del placer y copiosos y mutuos borbotones de lujuriosa quintaesencia prueban, por el exceso de gozo salaz experimentado, el mérito de esta postura fascinante, llamada con verdad “La gran entrada”, ya que los dos marcos de las puertas del laboratorio femenino están completamente abiertos con naturalidad.


(Aquí el diálogo, que ha sido más bien monólogo, fue interrumpido por la entrada de la puntual criada, anunciada por un tímido golpecito “de luna de miel” a la puerta. Eran ya las seis; traía la cena, y terminó poniendo la mesa. Durante el refrigerio, la conversación fue poco interesante debido a la presencia de la fiel “sirvienta”, a quien era innecesario escandalizar, aunque ella sabía a la perfección el grado de entendimiento que reinaba entre Charlie y Maud. Cuando el apetito hubo sido satisfecho, la vieja mujer limpió todo, pero no olvidó dejar en la mesa otro servicio limpio, algunas carnes frías, vino, bebidas alcohólicas y aguas minerales, en previsión de que los amantes se sintieran inclinados a picar un poco antes de retirarse a dormir, y luego desapareció con órdenes estrictas de no molestar, a menos que oyera el timbre. Una vez que la puerta se hubo cerrado, Maud se recostó en el sofá y, exhortando a su amante, le pidió que continuara con el tema que había abandonado cuando se sirvió la cena. No hizo falta, como siempre, insistir mucho con Charlie, el cual empezó de nuevo para terminar la conferencia que tanto excitaba a su concubina.)



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