La reliquia

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Título: La reliquia Autor: Eça de Queirós Género: Realista

Crítico perspicaz y severo de su tiempo, realista irónico ymordaz, Eça de Queirós es, además, un estilista refinadísimo, y uno de losmejores novelistas europeos del siglo XIX. En Lareliquia disecciona,con la distancia que le es propia, la naturaleza de la devoción y sus efectos.Bajo una falsa apariencia de religiosidad, Teodorico, huérfano al cuidado deuna tía riquísima y beata, esconde una vida disoluta, más entregada al placerque a los deseos de tía Patrocinio, de quien espera heredar y a la que fingesometerse. Eça de Queirós cuestiona, con hiriente descaro, la sociedadportuguesa más tradicionalista, y nos ofrece una nueva muestra de suexcepcional calidad literaria.

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Portada del libro La reliquia

La reliquia de Eca de Queiros


Sinopsis

La síntesis en español del libro "La reliquia" de Eça de Queirós es:

"La Reliquia" es una novela escrita por el autor portugués Eça de Queirós en 1887. La historia sigue la vida de un joven llamado Martinho, quien hereda una gran fortuna de su tío, pero también una maldición que lo lleva a una vida de desdicha y errores.

Martinho es un personaje complejo y contradictorio, que lucha entre su deseo de vivir una vida de alegría y su sentido de responsabilidad hacia su tío, quien le ha proporcionado todo lo que tiene. A medida que la historia avanza, Martinho se encuentra con una serie de desafíos y dilemas que lo llevan a reflexionar sobre su vida y su lugar en el mundo.

Fragmento del libro


Casimiro, sonriendo pensativo ante las flores de la alfombra.

-¡Venga acá, venga acá! -me dijo el buen sacerdote, apenas asomé en la puerta-. Sepa la novedad.

Sonreí inquieto. La tía cerró su cuaderno.

-Teodorico -comenzó ella cruzando los brazos y muy rápida-. Teodorico, acabo de consultar con el padre Casimiro; y estoy decidida a que alguien que me pertenezca, que sea de mi sangre, vaya peregrinando por mi intención a la tierra santa.

-Es usted un hombre afortunado, Teodorico -murmuró el padre Casimiro, resplandeciente.

-Así pues -prosiguió la tía-, está convenido, y te lo advierto para tu conocimiento, que irás a Jerusalén y a todos los divinos lugares. Excusas de agradecérmelo. Es para bien de mi alma y para honrar el sepulcro de nuestro señor Jesucristo ya que yo no puedo ir. Como, alabado sea Dios, no me faltan medios, has de hacer el viaje con toda suerte de comodidades; y para no estar con más dudas, y por la prisa de agradar a nuestro señor, todavía quiero que partas en este mes. Ahora vete; tengo que seguir hablando con el padre Casimiro. No quiero nada para el señor san Roque: ya me entendí con él.

-Está bien, tía. Adiós, padre Casimiro.

Salí aturdido. Una vez en mi cuarto, corrí al espejo para contemplar este rostro y estas barbas donde en breve había de posarse el polvo de Jerusalén. Después caí sobre la cama.

-¡Qué fastidio de viaje!

¡Ir a Jerusalén! ¿Y dónde estaba Jerusalén? Abrí el baúl donde tenía mis compendios y mi ropa vieja; cogí un atlas: con él, abierto sobre la cómoda, delante de nuestra señora del Patrocinio, comencé a buscar Jerusalén. Mi dedo errante sentía ya el cansancio de una larga jornada. De repente, el nombre de Jerusalén surgió negro, en una vasta soledad blanca, sin nombres, sin arenas, desnuda, junto al mar. Allí estaba Jerusalén. ¡Dios mío! ¡Qué remoto, qué yermo, qué triste!

Pero entonces comencé a considerar que para llegar a aquel suelo de penitencia, era preciso cruzar regiones amables, femeninas, llenas de fiesta. Una gran claridad iluminó mi alma. Y grité dando sobre el atlas un gran puñetazo, que hizo estremecer a la castísima señora del Patrocinio y a todas las estrellas de su corona.


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