Tristán e Iseo

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Título: Tristán e Iseo Autor: Anónimo Género: Clásica

Tanto por su antiguedad como por su singularidad, la historia de Tristan e Iseo es uno de los mitos de amor de mayor difusion universal. Su excepcional fortuna en el ámbito de las literaturas románicas responde al hecho de que, desde la segunda mitad del siglo XII, su prosificación en todas las lenguas literarias de la Europa medieval fuera casi inmediata, apareciendo constantes alusiones a esta leyenda en canciones cultas y populares. Pero lo que verdaderamente hace inclasificable a esta historia dentro de la literatura cortés de la materia de Bretaña es el haber dado paso a una nueva clase de amor, el amor trágico, en la literatura. Un amor que surge del azar, provocado por una equivocación, no por la afinidad electiva ni por el compromiso social. Tal vez por ello su atractivo perdura hasta nuestros dias. Esta es la primera traducción al castellano en la que aparecen todas las versiones francesas en verso que se redactaron y divulgaron durante la segunda mitad del siglo XII hasta las primeras decadas del XIII.

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Portada del libro Tristan e Iseo

Tristan e Iseo de Anonimo


Sinopsis

El libro "Tristán e Iseo" es una obra anónima del siglo XIII, y su título en español es "Tristán de Leondegrance y la reina Iseult".

La siposis del libro es la siguiente:

Tristán es un caballero bretón que viaja a la corte del rey Marke de Cornualles, donde conoce a la hermosa reina Iseult. Sin embargo, Iseult está comprometida con el rey Marke, lo que provoca una serie de conflictos y desdichas en el amor entre Tristán y Iseult.

El libro es una historia de amor y traición, que combina elementos de la literatura bretona y la mitología celta. Es considerado una obra maestra de la literatura medieval y ha sido objeto de numerosas adaptaciones y interpretaciones a lo largo de la historia.

Fragmento del libro


Tristán tomó las entrañas y los despojos de la cabeza y dio la encarna a los perros. Más tarde enseñó a los monteros cómo debían preparar la porción destinada al cebo. Se dirigió al bosque y cortó grandes ramas. En cada una de ellas enristró los pedazos bien divididos y los confió a los diferentes monteros: a uno la cabeza, a otro la grupa y los grandes filetes, a éste los hombros, a aquél las ancas y a este otro los romos. Les indicó cómo debían colocarse de dos en dos, para cabalgar en buen orden, según la nobleza de los pedazos enristrados en las horquillas.


—Ofreceréis las piezas al rey —les dijo Tristán—. Los lacayos os precederán y anunciarán a toque de cuerno vuestra llegada al castillo.


—Las usanzas de tu país son nobles —le respondieron—. Acompáñanos a la corte pues nuestro rey, que es gentil y cortés, se alegrará al verte.


Mientras cabalgaban, los monteros buscaron la manera de averiguar quién era este joven y de qué país procedía que tenía tan nobles costumbres.


—Parecéis cortés y bien enseñado —le dijo el montero mayor—. Debéis de ser hijo de un gran noble extranjero.


—Mi nombre es Tristán. Mi padre no era un noble caballero: soy hijo de un mercader de Leonís a quien sus viajes llevaron a países diferentes y le enseñaron las más nobles costumbres.


—Noble y cortés debe de ser tu país —le respondió el montero extrañado— cuando los hijos de mercaderes poseen tan bellas costumbres y son tan diestros en el arte de montería.


Llegaron a las puertas del castillo. Tristán tomó una trompa de caza y la tocó. Todos los monteros lo imitaron hasta que Marcos, sorprendido por tan insólita costumbre, acudió a las murallas. El montero mayor se llegó hasta él y le explicó la habilidad del joven que les había enseñado a despedazar noblemente el ciervo. El rey lo recibió con alborozo, ordenó a su chambelán que lo albergase junto a Governal y a todos sus compañeros y lo confió al cuidado de su senescal, Dinas de Lidán, un caballero joven, fiel y prudente, mesurado y cortés con sus amigos pero fiero y aguerrido en la batalla.


El rey tenía entonces unos cuarenta años. Era alto, fornido, fuerte y bien plantado, de mirada fiera y altiva, de porte majestuoso. Vestía un manto bermejo y ceñía corona de oro adornada con pedrería. Era gentil, cortés y dadivoso. ¡Nunca se vio rey menos tacaño! Tan limosnero era que no pasaba semana sin que regalase corceles, palafrenes, mantos de escarlata bordados y ricos pellizones. No pasó mucho tiempo sin que sintiese gran afecto por el noble extranjero. Tal vez fuese la voz de la sangre que lo inclinaba, sin saberlo, hacia él. Tres años vivió Tristán con el rey Marcos. Durante el día lo acompañaba a la caza. Marcos le había confiado sus aves cetreras, sus halcones, neblíes y sus gavilanes y el cuidado de sus arcos y aljabas. Le dio autoridad sobre sus chambelanes, sus mariscales, lacayos, cocineros y servidores. Todos lo apreciaban y admiraban.


Al caer la tarde, Tristán distraía las veladas del rey con su arpa o su rota. Sentado a sus pies sobre un tapiz sarraceno, cantaba lays y los acompañaba con sus manos finas, delgadas y blancas como el armiño. Marcos se complacía escuchando el bello lay de Gaelent, al que un hada había amado, o las desgraciadas aventuras de Dido, reina de Cartago, o la lastimosa historia de Píramo y Tisbe, que murieron por su amor.


Llegó el tiempo en que Tristán debió ser armado caballero. Recibió las armas de manos de su tío y regresó a su país, dispuesto a vengar la muerte de su padre. Con la ayuda de Roald, reunió un gran ejército, retó a Morgan y lo mató en duelo; luego restableció sus dominios usurpados por el duque. Después de unos meses, confió el gobierno de su reino al reguardante y regresó a Cornualla.



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