El agente secreto (trad. Jorge Edwards)

Fragmento del libro

El hecho de que después de tomar esa decisión haya conseguido, me parece, llevarla a término hasta sus últimas consecuencias, constituye una de las pequeñas satisfacciones de mi vida literaria. En cuanto a los personajes a quienes la absoluta necesidad del caso -el caso de la señora Verloc- coloca delante del trasfondo londinense, también obtuve de ellos esas pequeñas satisfacciones que tanto cuentan frente al conjunto de dudas opresoras que asedian de un modo tan persistente cualquier intento de trabajo creativo. Por ejemplo, en lo que se refiere al señor Vladimir (que tanto se prestaba para la caricatura), tuve el placer de escuchar que un experimentado hombre de mundo había dicho «que Conrad debe de haber estado en contacto con esos círculos, o de lo contrario posee una excelente intuición de las cosas», porque el señor Vladimir «no sólo era posible en los detalles sino muy verdadero en lo esencial». Una visita llegada de América me informó después que los más diversos refugiados revolucionarios de Nueva York sostenían que el libro había sido escrito por alguien que sabía mucho acerca de ellos. Esto fue para mí un gran cumplido, puesto que, para atenerme a la más estricta verdad, lo que había visto de ellos era menos de lo que había visto el omnisciente amigo que me dio la primera idea de la novela. No dudo, sin embargo, de que hubo momentos durante la escritura del libro en que fui un revolucionario extremo, no diré más convencido que ellos, pero que alentaba un propósito más firme y concentrado que el de cualquiera de ellos en cualquier momento de toda su existencia. No digo esto para hacer alarde. Estaba simplemente en lo mío. En cada uno de mis libros he actuado así. He trabajado en él con entrega absoluta. Y esta afirmación tampoco es un alarde. No podría haberlo hecho de otra manera. Simular me habría aburrido demasiado.