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Cervantes es para el abogado «aquel soldado de Lepanto que, después de manco, escribió el mejor libro del mundo»17. Sobre la biografía del autor del Quijote no hallamos en sus escritos sino alguna que otra referencia tópica: «Y me acordaba de Cervantes, sin luz ni cena cuando escribía el Quijote y luego, después de muerto, glorificado en todas las lenguas con ediciones lujosísimas de sus obras, con estatuas costosas, cuyo valor mejor le hubiese servido en vida»18. Recuerda Ledesma que hacia 1870, cuando estaba acabando el Bachillerato19, se enfrentó por primera vez a las obras de Cervantes que había en la biblioteca de su padre, el comerciante y político Ramón Ledesma Crehuet, en los tomos de la Biblioteca de Autores Españoles:20 «Confieso que sufrí gran desengaño al leer las primeras producciones de aquel genio llegadas a mí. La Galatea me pareció falsa e insustancial, porque sus pastores y pastoras no eran los que yo conocía en las fincas de mi padre; las Novelas ejemplares -La ilustre fregona, La fuerza de la sangre, El celoso extremeño, etc.- no me abrieron nuevos horizontes, como yo esperaba. El Viaje al Parnaso me aburrió y el Persiles y Segismunda, careciendo de realidad, no me entusiasmó como mis lecturas de viajes y descubrimientos de tierras, donde los navegantes y los héroes fueron de carne y hueso. / El mismo Quijote en sus primeros capítulos, con la descripción de aquel loco y los palominos y salpicones que le servían de comida, me predispuso en contra...»21. Sin embargo, cuando años después, enfermo de hemoptisis, se ve obligado, por prescripción de los médicos, a abandonar temporalmente la carrera de Derecho, vuelve a intentarlo: «Leí y releí el Quijote, quedándome en la mente la gran creación y en la boca el gusto de aquel estilo sabroso y entonces volví a leer las obras de Cervantes y me atiborré de Novelas ejemplares, de Galatea y de Persiles y Segismunda, hasta del Viaje al Parnaso. Vida real había también en aquella ilustre fregona, en aquella gitanilla, en aquellos Rinconete y Cortadillo, dulzura y encanto pastoril en aquella Galatea tan perseguida y requebrada de sensibles Elicios, primorosas e insuperables aventuras en aquel Persiles, pero, sobre todos esos personajes de a pie sobresalía el andante don Quijote a caballo, con la lanza en el ristre, alanceando Caraculiambros en los molinos de viento de la Mancha»22.
La nueva salida del valeroso caballero don Quijote de La Mancha de Antonio Ledesma Hernandez
Ambos se dirigieron a la casa de Panza, que estaba extramuros del pueblo, en medio de una labor de un par de mulos que el nuevo escudero tenía, y en el camino D. Quijote preguntó a su servidor por toda la parentela y amigos, que durante su encantamiento había perdido de vista.
-¿Sabrás decirme, Panza, qué es de mi ama y de mi sobrina? ¿Están muy aviejadas y encanecidas? ¿Sintiéronme y lloráronme mucho? ¿Y el Cura y el barbero y el bachiller Sansón Carrasco? De buena gana les daría un abrazo, que el no ver a las personas largo tiempo aumenta el regocijo de luego encontrarlas.
-Ay Señor -contestaba Panza-, a ninguno de esos que Usía menciona conocí ni conocieron mis padres; sé de ellos por cierto libro compuesto por el más grande ingenio de la tierra, libro que ha corrido el mundo en todas las lenguas, según dicen. Yo lo leía de muchacho en la escuela del pueblo, y todavía lo tengo en casa y presumo que, haciendo siglos ya que vivieron esas nobles personas, estarán más que apolilladas, hechas ceniza, en cualquier rincón de ese cementerio, o de algunos semejantes.
-¡Válame Dios -exclamó D. Quijote-, y qué triste es encontrarse solo y sin los suyos! ¡Pobre ama y pobre sobrina mía! Y casi se le escapó una lágrima, que en los salientes ojos contuvo, emocionado, por aquel triste despertar. ¡Pero si parece que fue ayer -añadió-, cuando me dormí, y que me levanto como lo hacía diariamente, aunque un poco más tarde! ¡Y en este abrir y cerrar de ojos, ya no existen mis parientes, mis deudos, mis amigos, ni mi escudero Sancho tampoco!
-No señor, no existen ya -replicó Panza-, y sí otras personas y cosas nuevas.
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